¿Te duele la
panza?

La panza es uno de los primeros lugares donde el estrés, la ansiedad y los pensamientos se hacen cuerpo. En este artículo te cuento cómo algo tan “físico” como el dolor abdominal puede tener raíces más profundas de lo que parece.

Cuando el intestino se inflama o se tensa, no siempre tiene que ver con lo que comemos, sino con lo que vivimos. Cada pensamiento genera una química; el miedo, la culpa o la sobreexigencia también se digieren. El sistema digestivo es sensible a la emoción y, muchas veces, lo que el cuerpo busca es alivio, no medicación. Recuperar la calma no solo sana la mente: también sana el aparato digestivo.
Hoy sabemos que el intestino tiene su propio sistema nervioso y produce la mayoría de la serotonina del cuerpo. Si vivimos en alerta constante, el cuerpo deja de digerir, literalmente. Por eso, aprender a respirar, a calmar la mente y a creer diferente no es algo “espiritual”: es biología aplicada al bienestar.
La próxima vez que te duela la panza, no corras solo al antiácido. Sentate, apoyá las manos sobre el abdomen y respirá profundo. Preguntate: ¿Qué estoy intentando digerir que me cuesta tanto?
Muchas veces creemos que el malestar empieza en el cuerpo, pero la mayoría de las veces nace en el ritmo que llevamos. Vivimos acelerados, comiendo rápido, respirando corto, sin pausas. El sistema digestivo necesita calma para funcionar bien, y cuando no la tiene, se desordena. Por eso, aprender a frenar, a respirar, o incluso a comer con atención, no es una moda: es una forma de recordarle al cuerpo que está a salvo.
El cuerpo habla en su propio idioma. A veces no necesita medicamentos, sino un cambio de ritmo, una pausa, una mirada distinta. Escucharlo a tiempo es prevenir, y aprender a comprender sus señales es una forma de inteligencia emocional y biológica.